La exposición recomendada del mes: “La modernidad anhelada” de Ramón Casas en Caixaforum

La exposición recomendada del mes: “La modernidad anhelada” de Ramón Casas en Caixaforum
3rd abril 2017

150 años y 145 obras (más 45 fotografías) son el legado que CaixaForum atesora al configurar la muestra “La modernidad anhelada”, para conmemorar que en el 4 de enero de 1866, en Barcelona, nacía el futuro pintor modernista Ramón Casas.

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La celebración del aniversario de su nacimiento (1866-1932) se convierte en la excusa perfecta para mostrar al pintor catalán como lo que fue, el artista ecléctico que quiso atrapar la modernidad sin soltar del todo la tradición.

Entendible esa mixtura si atendemos a sus ansias de descubrir las tendencias y movimientos artísticos que se cocían en las grandes capitales europeas, como en su adorada París, pero que no podía separar al mismo tiempo de su entorno burgués, de un padre que había hecho las américas amasando su fortuna en Cuba, y una madre de cuna, procedente de una familia acomodada.

La exposición, agrupada en 5 ámbitos temáticos – La construcción de una identidad artística, , la pulsión bohemia, la paradoja del artista moderno, la poética de la multitud e identidades ambivalente– guía al espectador a través de un época en donde las influencias de artistas como como Toulouse-Lautrec, Manet, Sargent, Degas, Whistler, Rusiñol o Sorolla (y la que ejerció él mismo en otro artistas como Torres-Garcia, Picasso o Romero de Torres) quedan patentes y que Ramón Casas plasma en soportes tan diversos como y el cartel, la fotografía, y la estampa japonesa.

A su colección de unos doscientos retratos (1899 -1909) configurados como una verdadera galería iconográfica de la época -en la que literatos, políticos e intelectuales posaron para el pintor- y que aparecen en la primera sección de la muestra “La construcción de una identidad artística”, se sumen los aires cálidos de las telas blancas, impolutas, de los retratos infantiles en donde se adivina el susurro del maestro Sorolla.

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Retrato de Josep M. Jordá. Ramón Casas

Estos románticos vuelos se entremezclan con los delicados paisajes de un París anhelado, que marcan el inicio de la carrera del pintor, donde estudió a los 15 años, y que serán referencia permanente a lo largo de toda su vida, como se adivina en sus amantes pincelas de la vista de un Montmartre a lo lejos o en sus viejos callejones.

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Le Sacrè-Coeur, Montmartre. Ramón Casas

Con un estilo indeterminado, aún por perfilar, por encontrar su esencia única como pintor, su introducción en la vida ociosa y cultural de Barcelona le lleva inevitablemente a encontrarse con el cartel como soporte para su genio creador.

En esta parte de la exposición “La pulsión bohemia”, la famosa cervecería Els Quatre Gats se muestra como un catalizador de la creatividad artística de la ciudad, de las relaciones entre intelectuales, como las de su fiel compañero Rusiñol, pero cuyas ideas más vanguardistas no acaban de eclosionar en un entorno donde lo rompedor no tenía cabida.

Rodeado de carteles publicitarios de la época y junto al icono referencial del mismo, el “Moulin Rouge. La Goulue” del genio del cartel Toulouse-Lautrec, se encuentra una de sus obras más afamadas del artista catalán “Casas y Pere Romeu en un tándem”.

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Casas y Pere Romeu en un tándem. Ramón Casas

Destinada a habitar entre las paredes del Els Quatre Gats – regentado por uno de los dos retratados en la obra, Pere Romeu- se situaba sobre la larga mesa alrededor de la cual se sentaban Casas y Rusiñol y a su lado toda una serie de jóvenes artistas que iniciaban su carrera y que en pocos años pasarían a ocupar los primeros lugares del arte de Cataluña.

A su fresco estilo, deudor del cartel y en un intento magistral de desmarcarse de lo ya aprendido, se une al hecho de haber decido retratar el uso de la bicicleta, en un intento de recalcar su confianza en las posibilidades tecnológicas que ofrecía el progreso.

La muestra, en una especie de recorrido en el que las emociones van in crescendo, aterriza en la representación prolifera del retrato femenino, en el que uno no puede evitar embelesarse, al verse envuelto en un halo de sensualidad y belleza pictórica.

Siendo éste uno de los motivos más habituales de su pintura, eligió para sus retratadas en la mayoría de casos, un perfil de mujer sofisticada, envuelta en lujo y ostentación, pero que comienza a liberarse y que muestra su incipiente, aunque escaso, papel en la vida moderna de principios de siglo XX.

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Joven decadente. Después del baile. Ramon Casas i Carbó.

La mayoría de obras muestras a la mujer en una actitud despreocupada, casi como si estuvieran a punto de desvanecerse y a uno no le cuesta imaginar por tanto que el referente de la fotografía de moda en la época actual venga de ese escorzo desgarbado que muestra Casas en sus pinturas.

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Reposo. Ramón Casas.

Sus cuadros sirven para documentar la visión que se tenía del género femenino en la época, que sigue siendo tan sólo el de la mujer como musa, pero que introduce algunos conceptos nuevos muy característicos del siglo XIX, como el de la mujer que sufre el denominado mal du siécle, capitaneado por la idea de esa mujer abandonada a la ociosidad.

Un apartado destacado en su obra y en la exposición la ocupan los magistrales retratos de Júlia Peraire, ensalzada casi hasta el mito, por el hecho de ser una humilde vendedora de flores, 20 años más joven que Casas y que acabo convirtiéndose en su musa, amante y más tarde en su esposa.

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La Sargantain. Ramón Casas.

La revisión de este tópico, de mano de la historiadora Isabel Coll, nos cuenta que sí que era cierto que Casas era un burgués de pro: con dinero, principal en el paseo de Gràcia y palco de propiedad en el Liceu, pero que el desarraigo y debilidad con el que la historiografía retrata a Júlia parece no ser del todo cierta.

Las indagaciones de Coll han revelado que su padre era un funcionario de Sant Martí de Provençals que murió joven y que es posible que el ayuntamiento compensara a su viuda con la concesión de una administración de lotería o un estanco. De ahí, la venta ambulante de Júlia.

Lo que si es cierto es que la belleza femenina en manos del pincel de Casas convierten un retrato en un mundo por el que pasear, en el que los tintes orientales se asoman a la sensualidad y la fascinación que la joven ejercía sobre el pintor. El mismo embrujo que el espectador puede llegar a sentir por las obras del artista tras la visita a “La modernidad anhelada”.

Angélica Millán

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