Cómo pintar un Renoir: Guía imposible del color impresionista

Cómo pintar un Renoir: Guía imposible del color impresionista
24th octubre 2016

Pintar un Renoir. Una tarea ardua y difícilmente alcanzable, por aquello de que en sus más de 4.000 obras pintadas en vida, no respondían a un patrón específico y que a pesar de ser catalogado como impresionista, se alejó en mucho, de sus contemporáneos estilísticos.

Si aun así y con todo estás decidido, esto es lo que hemos aprendido del uso del color en Renoir tras la visita a la exposición del Museo Thyssen “Renoir: Intimidad”. Toma nota (y una gran dosis de paciencia).

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“Renoir: Intimidad”, en el Museo Thyssen.

Caminar absorta entre 78 Renoir, cada uno tan distinto, cada cuál parido de la misma mano artrítica del pintor francés, es trasladarse a las combinaciones imposibles de los colores venidos del arco iris.

La exposición de Museo Thyssen “Renoir: Intimidad”, cambia la imagen del pintor como mero exponente del Impresionismo y permite sobre todo, un estudio mágico de su uso del color.

Así describía el propio Renoir la composición de su paleta: “Blanco de plata, amarillo de cromo, amarillo de ocre, amarillo Nápoles, tierra de Siena natural, bermellón, laca de granza, verde veronese, verde esmeralda, azul de cobalto, azul ultramar, cuchilla de paleta, rascador, esencia de trementina, lo preciso para pintar. El ocre amarillo, el amarillo de Nápoles y la tierra de Siena no son sino tonos intermedios de los que se puede prescindir puesto que se pueden hacer con los otros colores”.

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Paleta de pintura de Pierre-Auguste Renoir.

Y es que ese juego óptico que fue el impresionismo, aprendió además de maestros como Delacroix, el uso sorprendente del color, de sus contrastes entre los complementarios, llegando a abandonar de su paleta los colores terrosos.

Los pintores impresionistas, por lo general, evitaban oscurecer los colores mezclándolos con el negro (como tradicionalmente se hacía) y las sustituían por preparaciones del lienzo con colores claros. De esta manera se conseguía una mayor luminosidad y brillantez en la obra, ya que la mezcla de colores es de tipo óptico, por tener lugar en la retina del espectador.

Cuando necesitaban pintar sombras, recurrían a la mezcla o yuxtaposición de colores complementarios. Evitaban las sombras negras; incluso en ellas había color. También empleaban el recurso de evitar al máximo la presencia de sombras pintando, por ejemplo, en las horas centrales del día.

El negro es lo primero que los impresionistas suprimen, su paleta viene del arco iris, no puede haber ningún color que no proceda de la refracción de la luz. Las tierras, pardos y grises vienen de mezclar pastas, materiales: son colores sucios, no proceden del espectro de la luz.

Pero según las palabras del comisario Guillermo Sola, “Renoir en seguida empieza a demostrar interés por el negro”. Pocos pintores impresionistas se habían atrevido hasta entonces a meter en una sola tela el color de la oscuridad y el del arcoíris.

Sorprendentes algunas de su exquisitas creaciones en este sentido, como “Señora con abrigo de piel (1866), o la deliciosa “Lise con un chal blanco” (1872), donde no escatima en utilizar terracotas y negros. Si, negros. Negros sin ese miedo tan impresionista de no conseguir la refracción de la luz.

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“Lise con un chal blanco”. Renoir.

Pero el arco iris también se paseó en sus obras muy a menudo, sobre todo entre las obras de su etapa impresionista.

De las exhibidas en la exposición del Museo Thyssen, nos quedamos con su “Almuerzo en el Restaurant Fournaixe” (El almuerzo de remeros, 1869) para seguir ese estudio del color en el artista, no sólo por su temática despreocupada de la vida ociosa burguesa, sino por su tratamiento de la luz y del color.

Renoir consigue captar en el cuadro el efecto de la luz del sol traspasando la rendija y que incide sobre los personajes de la escena. Aquí el color local de los cuerpos y objetos es claramente modificado por la mezcla del amarillo del sol junto con el verde, lo que teóricamente da las sombras o manchas de luz azules que Renoir reparte por toda la escena.

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“Almuerzo en el Restaurant Fournaixe”. Pierre-Auguste Renoir.

Pero hacia 1883 se produce una ruptura en su obra tras la vuelta de su viaje por Italia, donde vuelve a admirar a los clásicos como Rafael o Tiziano o los frescos de Pompeya y donde decide dar más importancia al dibujo preciso de los contornos de la formas, y «enfriar» su paleta, empleando colores menos vibrantes, y con una mayor severidad en el diseño de las formas.

Las figuras humanas, tienen perfectamente definidos los contornos, que están claramente separados del entorno que les rodea (como en el Moulin de la Galette).

“La trenza”(1886-1887), donde el concepto de “intimidad” y los contornos bien definidos nos hablan del otro Renoir, del que abandona la pincelada suelta y deja de fundir los colores de los personajes con su entorno. Del Renoir de las mil caras, al que te será difícil imitar.

Pero aquí no termina el paseo por la paleta del pintor. Aún nos queda convertirnos en maestros del pigmento, del rojo, para siquiera acercarnos a la osadía de imitar a Renoir.

En su etapa final, ya entrado el siglo XX retornará a un equilibrio entre su etapa impresionista y la etapa de mayor cuidado del dibujo. El predominio de las tonalidades rojas en la pintura de cuerpos desnudos ha motivado que a esta etapa final sea denominada incluso, por algunos críticos, como «etapa roja», donde vuelve a la pincelada suelta propia del Impresionismo, cobrando mayor protagonismo el color.

Ya en alguna de sus obras de su etapa temprana, como “Retraro de Janne Samary” (1877) se anunciaba la genialidad del rojo llevado al extremo, donde un lazo de esta tonalidad puede quitarle el protagonismo al rostro de la joven retratada, donde un objeto inanimado se convierte en la auténtica estrella de la pieza.

“Quiero que un rojo sea sonoro y resuene como una campana; si no, voy añadiendo rojos y otros colores hasta conseguirlo”– anunciaba el propio Renoir.

Y parece que lo consiguió. Incluso logro imprimir toda una gama cromática de rojizos, casi en exclusiva, para representar un paisaje en “Paisaje de Normandía” (1895).

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“Paisaje en Normandía”. Renoir.

Pero será en su serie de “Bañistas”, donde pueda imprimar el rojo hasta en los cuerpos desnudas de las féminas, que otra vez tienden a mimetizarse con el fondo, de cromáticos rojizos también, por supuesto. Si quieres entender de verdad de que hablamos, deberás tomar nota tras visualizar su “Grabielle vestida de argelina” (1910 aprox.). Si, lo sabemos, hay mucho que aprender.

Tendrás por tanto que convertirte en un fiel usuario del color rojo carmín, característico de los pinceles de Renoir (que están hechos a partir de tintes orgánicos derivados de la cochinilla Dactylopius coccus), teniendo cuidado de no correr el riesgo de que tu obra se pierda para siempre, como ocurrió en la obra del pintor “Madame Leon Clapisson” (1883), cuyo pigmento rojo del fondo se había degradado por la luz y que intentan recuperar ahora.

Enhorabuena si has llegado hasta aquí. Si las más de mil composiciones cromáticas utilizadas por Renoir no te han disuadido para abandonar los pinceles, tal vez estés pensando en tomar tus propias notas visionando en directo la exposición “Renoir: Intimad” en el Museo Thyssen.

Angélica Millán

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